Dicen los entendidos que el 95% de los pensamientos que tienes cada día son iguales a los del día anterior.
—Qué poco original, tú.
En efecto, tiendes a tener un constante runrún en la cabeza, una cháchara contigo mismo que te cuesta silenciar.
Te lo cuento a ti que me lees, y a mí que lo escribo. Nadie se libra. Toda esa marabunta de ideas suelen estar relacionadas con acontecimientos pasados, o futuros.
Si somos más de estar en el pasado, qué nostálgicos nos vemos; si nos van más las preocupaciones futuras, qué ansiosos estamos. Da igual, en ambos casos, cuánto nos repetimos y qué cansinos somos.
De hecho, ese monólogo interior podría derivarse en rumiación. Como si de una vaca se tratase, tragas y regurgitas pensamientos, los mismos todo el rato. Una rueda de hámster hecha pensamiento. ¡Échate a un lado, chiquillo!
Mira, un ejercicio interesante:
¿Serías tan amable de escribirte una carta a ti mismo? Para abrirla un tiempo más tarde, con la intención de ver qué provoca aquello que escribiste. Te aseguro que no lo sentirás de igual forma a cuando lo escribas. Tampoco hace falta un horizonte temporal muy lejano para que surta efecto. Te reto a que dediques cinco minutos a teclear un párrafo con tus anhelos, tus deseos, preocupaciones, expectativas, y lo releas la próxima semana. Para quitarle romanticismo al tema y ser más pragmáticos, mándate un email.
Te dará una visión diferente de la situación que hayas descrito, por dos motivos:
La escritura puede ser catártica. Podría escribir un libro sobre esta afirmación, pero hoy te lo resumo en que escribir es la mejor forma de expresar todo aquello que no se puede —o no se quiere— decir en voz alta.
Escribir tus pensamientos es sacar una parte de ti, y dejarlos correr. Quizá ahora tú no quieras compartirla, pero quién sabe si vas a dejar que alguien lo lea en un futuro.
Y aquí nos detenemos, porque te lo hilo con el tema principal de este sarao, la identidad.
Para generar todos esos pensamientos necesitamos tener memoria, y esta podría jugar un papel muy importante en la construcción de tu identidad.
Verás.
John Locke, además de ser el calvo de la serie de Perdidos, fue un filósofo y médico inglés del siglo XVII que planteó una teoría que a priori tiene sentido:
De acuerdo con la "teoría de la memoria" de Locke, la identidad de una persona sólo llega hasta donde su memoria se extiende hacia el pasado. En otras palabras, quién es uno depende de lo que uno recuerda. Así, a medida que la memoria de una persona comienza a desaparecer, también lo hace su identidad.
¿Y entonces qué pasa si me olvido de algún evento pasado? ¿Y si un trauma me provoca amnesia y no recuerdo nada de quien fui?
"Es curioso que nos acordamos de ciertas cosas y nos olvidamos de otras. Si de improviso recordásemos todo lo que hemos olvidado y olvidásemos todo lo que recordamos, seríamos personas completamente diferentes". (Escuchado en la película El reportero, de Antonioni.)
Mira, la memoria no es un explorador de archivos infinito al que se le van añadiendo carpetas de forma ilimitada y sin ton ni son, como el escritorio del ordenador, que hay qué ver cómo lo tienes.
La función de la memoria es almacenar información sobre el pasado para que podamos recordarlo y aprender de nuestras experiencias. Es decir, decidimos nuestras acciones —o creencias— en base a lo que ya hemos experimentado.
Pero no es que asignemos un hueco en nuestra biblioteca cerebral a cada cosa nueva que veamos o hagamos, para dejarla ahí y de vez en cuando consultarla, es que creamos conexiones nuevas porque las relacionamos con las antiguas. Como una tela de araña que se va entretejiendo.
Así es como multiplicamos nuestro conocimiento, damos con soluciones nuevas a viejos problemas y con ello reforzamos nuestra identidad.
Pero, ¿y si tuviera Alzheimer?
Que un padre no reconozca a un hijo debe ser extremadamente duro, no sé si tanto por el padre como por el hijo. Algo me dice que cuando alguien parece "no ser la misma persona", los lazos sociales entre los pacientes y sus seres queridos o cuidadores se deterioran rápidamente.
Por suerte, ese hijo que mira a su padre, lo reconoce como tal.
¿O no?
Spoiler: no tiene por qué.
Existe otra enfermedad neurodegenerativa, la demencia frontotemporal. (FTD por sus siglas en inglés)
Quizá sea menos mediática que la anterior, pero es igualmente fulminante. Lo que caracteriza a las personas con FTD es que tienden a sufrir cambios bruscos en sus rasgos morales (como la honestidad, la compasión, la decencia, la integridad…).
Pues bien, hay un estudio en el que se ha investigado qué tipos de daños cognitivos hacen que personas con este tipo de enfermedades neurodegenerativas ya no parezcan ser ellas mismas.
Aquí viene un giro de mi hilo conductor, del Quién Soy a la del Quién Es Él (o Ella).
En dicho estudio, se investigó a los parientes más cercanos de personas que tenían Alzheimer, FTD o ELA (la esclerosis lateral amiotrófica afecta principalmente la función motora pero no la mental).
Esa fue la clave. La investigación no se basó en los propios pacientes, sino en terceras personas. A estos familiares se les hizo preguntas como: ¿Alguna vez el paciente le parece un extraño?, ¿Sientes que todavía sabes quién es el paciente?
La conclusión:
Los parientes de los enfermos con ELA fueron los que tuvieron menos distorsión sobre la identidad percibida, a pesar de que su apariencia física estaba muy distorsionada. Los que percibieron las mayores alteraciones en la identidad fueron los de los pacientes con demencia frontotemporal. Es decir, aquellos que tenían cambios en los rasgos morales.
Hubo quien dijo “mi madre no es mi madre”.
Y acabo hilándolo con tu propia identidad. Como dijera Miguelanxo Prado, somos lo que recordamos… y lo que los demás recuerdan de nosotros.
Muy buen artículo. Útil, entendible al máximo y terriblemente cercano. #SEGUIMOS