¿Es la falta de atención una moda, un drama o una epidemia?
Sobre la depredación cognitiva y los algoritmos
En un programa de televisión, en directo, le preguntaron a una entrevistada cuánto tiempo pasaba en el móvil al día. La mujer, con esa seguridad que sólo tienen los que no se miran al espejo con frecuencia, respondió que más o menos una hora al día.
El presentador le pidió que consultara las estadísticas de uso, esa sección de los ajustes que eufemísticamente llaman "bienestar digital". La verdad fue un puñetazo en la cara: la cifra real rondaba las cuatro horas.
Cuatro malditas horas diarias pegada a ese puñetero aparato.
¿Y tú? ¿Te atreverías a decir cuánto tiempo se te escapa entre las manos? Va, comprueba tus números, ¿te sorprenden?
Ahora, valora tu móvil por lo que realmente es: un agujero negro que engulle tu atención.
¿Cuántas veces eliges a lo que prestar atención?
Una persona atenta es aquella que se percata de lo que sucede a su alrededor y en su interior. Estés donde estés, hagas lo que hagas, tu atención es ese telón de fondo que siempre está contigo.
Durante las horas en que estás despierto, tu atención está siempre en alerta, enfocándose en algo. Ya sea en lo más científicamente riguroso o en lo más trivial, se adapta a todo lo que se te presenta, aunque el escenario cambie cada seis segundos.
Pero qué capacidad tan frágil.
Es tu recurso más limitado y reducido porque cuando prestas atención a una cosa, dejas de prestar atención a otra, en un acto de malabarismo en el que decides qué merece tu foco y qué queda en la periferia.
Es fundamental entender la diferencia entre prestar atención —lo haces de manera voluntaria— y saber enfocarla. Esa capacidad de permanecer, de mantener la atención, es lo que más nos inquieta en estos tiempos. Y por eso no soy capaz de responder a la pregunta de si la falta de atención es una moda, un drama, o una epidemia.
Pero dicen que
La atención no solo se presta, se cultiva. En un mundo que se mueve a una velocidad vertiginosa, donde todo cambia en un abrir y cerrar de ojos, mantener la atención se convierte en un arte, en un acto de resistencia frente a la dispersión constante. Es una lucha continua entre el aquí y el allá, entre lo inmediato y lo duradero.
Entonces, ¿qué nos queda? Nos queda la elección consciente, la determinación de enfocar nuestra atención, de decidir en qué invertir este recurso tan preciado. Porque al final, lo que realmente define nuestras vidas no es solo lo que vemos, sino en qué decidimos fijarnos y cómo logramos mantenernos presentes en medio del torbellino.
—Vecina, no me toques las narices. Que llevo más de 20 minutos pensando que este era el último reel.
Pues déjame que me contradiga.
El cerebro (ya no) es un misterio
Decía Rodrigo Quian Quiroga que él aspiraba a ser científico y formar parte de un campo revolucionario, un territorio aún inexplorado en el que pudiera crecer exponencialmente. Es evidente que la ciencia se basa en cuestionarlo todo y que en cada disciplina se avanza, pero Quian señalaba que, en la Física, por ejemplo, se trabaja sobre datos y teorías descubiertas en el siglo pasado. A pesar de los nuevos descubrimientos, las herramientas básicas de trabajo ya están establecidas y sobre la mesa.
Entonces, la neurociencia irrumpió en su vida.
Este es un campo en el que hoy se están logrando avances revolucionarios a pasos agigantados. Cada vez comprendemos mejor cómo funciona el cerebro.
Perdón, me corrijo.
Son los científicos como Quian —y los empresarios— quienes cada vez entienden más y mejor el funcionamiento del cerebro. Por eso, me excluyo a mí y a ti de la ecuación, porque para nosotros, el resto de los mortales, el cerebro sigue siendo un enigma. Y por eso, lo de la elección consciente me huele a incienso.
La economía de la atención
Podremos establecer límites de tiempo, desactivar las notificaciones innecesarias e intentar hacer un uso más consciente de nuestras aplicaciones y dispositivos, pero ellos —Alphabet (Google), empresa valorada en un billón de dólares, Meta (Whatsapp, Facebook, Instagram) en setecientos mil millones, ByteDance (TikTok) doscientos mil millones…— ellos siempre ganarán porque seguirán conociendo más sobre la mejor forma de seguir captando nuestra atención.
En definitiva, estas instituciones están conociendo la biología del cerebro en directo y lo explotan para su beneficio. Esa pérdida de foco constante a la que nos estamos acostumbrando es una consecuencia directa del uso que hacemos de sus servicios, y a ello se le llama depredación cognitiva.
Por eso creo que la adicción a las redes sociales no es responsabilidad totalmente directa de la persona que está hipnotizada frente a la pantalla, y por eso seguiré investigando y divulgando al respecto —¿cómo afectará a la identidad de los nuevos adultos la exposición constante, no sólo como usuarios, sino también como actores de las redes sociales?—.
Los de Center for Humane Technology hacen una analogía muy bestia: al igual que hay corporaciones que talan árboles indiscriminadamente, sin dar tiempo a que crezcan nuevos árboles y por tanto acaban con esos recursos y dejan morir la tierra, ahora hay empresas tecnológicas que guillotinan nuestra atención, dejándonos baldíos.
A mí eso me duele y es probable que a ti también. El pensamiento crítico está muy herido porque todos vamos camino de ese vaciado:
Es un hecho que tenemos menos concentración que A.M. (Antes de los Móviles).
Nuestros móviles son cámaras de eco, porque los algoritmos están creados para que se nos muestre lo que nos gusta. Además, en nuestras rrss solo nos exponemos a cosas afines o muy afines.
Precisamente por lo anterior, también sabemos que las redes sociales son capaces de manipularnos no sólo como individuos sino como grupo (¿ya viste el documental El Gran Hackeo en Netflix, sobre el caso de Cambridge Analytica y las elecciones de EEUU?)
¡Qué importante es entender cómo funciona nuestro cerebro para poder defendernos de lo que ya conocemos! Y de lo que, con suerte, descubriremos en el futuro.
Por cierto, si hace un mes le di me gusta a algo —le presté atención ese día—, solo es una prueba de que me gustó en ese preciso momento de mi vida. No hay ninguna garantía de que hoy me siga gustando. No debemos olvidar que cambiamos continuamente —tú, yo y los otros también—.
Todos evolucionamos. Esa capacidad de cambio es una parte intrínseca de nuestra naturaleza humana.
Sin embargo, los algoritmos sólo miran hacia atrás. Te anclan a lo que en algún momento te gustó, atrapándote en una burbuja de preferencias pasadas, en un mecanismo profundamente antinatural. En lugar de adaptarse a nuestro crecimiento personal, los algoritmos perpetúan una versión estática de nosotros mismos, ignorando el flujo constante de nuestra transformación.
¿Cuántos de nuestros futuros intereses y descubrimientos se ven limitados por un pasado digital que ya no nos representa? ¿Estamos atrapados en una repetición monótona de lo que alguna vez fuimos?
Piénsatelo dos veces la próxima vez que stalkees a alguien ;)
P.D. Otro día hablamos de la Inteligencia Artificial, tema que da para escribir un libro… en cinco minutos. Hoy doy las gracias a Midjourney, que me dibuja muy bonito las palabras que le susurro.
P.D. ¿Alguna vez te ha pasado que has visto un anuncio en tu móvil de alguna cosa que no habías buscado en Google, que ni tan siquiera habías verbalizado?
No sólo podemos estudiar lo que la gente piensa, sino también lo que ocurre dentro de sus cabezas y que ni siquiera ellos pueden ver.
Muy buen artículo, Beatriz. Como bien escribes, la verdadera epidemia no es la falta de atención en sí misma, sino la manipulación deliberada de nuestra atención por parte de las grandes corporaciones. Como dijo Tristan Harris (ex-Google) en una entrevista: "Siempre se dice que la tecnología es neutral. Que depende de nosotros elegir cómo usarla. Esto no es cierto."