Seguimos hablando de los rasgos de la personalidad. En el email anterior hablamos de la apertura a la experiencia y hoy toca saber más sobre la conciencia.
Jamás vi a una socorrista trabajar tanto.
Fue en un camping de Francia, los días previos a San Juan. En Cataluña hay una querencia muy fuerte de celebrar este día lanzando cientos miles millones de petardos y cohetes así que la tradición de los que habitamos mi hogar es huir hacia algún lugar más silencioso y apacible.
Así que el 24 de junio nos pilló en aquella piscina gala.
—Mamá, ¿qué idioma se habla en Francia? —la primera contrariada al entrar fue mi hija. A ojo de buen cubero, un noventa por ciento de los allí presentes éramos españoles.
Pero había una francesa con gorra, top verde y culotte negro que se acercó para hablarnos en una mezcla de francés y español de charcutería. Eso sí, lo hizo susurrando, a un volumen que sólo los franceses saben usar. Se nos había olvidado ponernos la mítica pulserita, así que dedujimos que aquella mujer que volvía a sentarse en la silla de la entrada era la socorrista. Pero, ¿y su uniforme?
No había ni rastro de autoridad visible.
Sin embargo, desde que me di cuenta de su estatus en aquel lugar, la estuve observando porque paraba a todo el mundo que entraba al recinto.
La escena se repetía una y otra vez: una familia entraba, la socorrista se dirigía al hombre, le señalaba sus shorts surferos, negaba con la cabeza, cruzaba los brazos y se mantenía firme en su regañina en ASMR.
Muchos de aquellos hombres simplemente bajaban la cabeza y salían a comprarse un bañador ceñido en la misma tienda del camping, que por supuesto estaba bien surtida.
Otros tantos trataban de conversar sin ceder, pero ella no doblegaba. Era inflexible con todos (recordemos, españoles).
Algunos cedían, otros desandaban el camino con tal de no “marcar paquete”. Tan panchos, tan secos, observando desde la sombra cómo la parte femenina de la familia sí disfrutaba de un buen chapuzón.
Hubo un padre que se quedó de pie, al borde de la piscina pequeña, mientras su hijo (de unos tres años) chapoteaba con su minibermuda. Pues la susurradora le hizo sacar al nene… que volvió al rato con unos calzoncillos puestos.
Vaya torpeza viajera, una sorpresa que alguien pueda amonestarte en susurros y, aun así, doblarte la voluntad. Todos, sin saberlo, participábamos de una escena que muy bien podría haber salido de una novela moral: la del choque entre la costumbre propia y la autoridad ajena.
¿Qué ley francesa te obliga a marcar paquete?
En Francia no existe ningún decreto estatal que imponga el slip. Lo que hay es una telaraña de normativas locales, todas ellas diciendo lo mismo: short malo, lycra buena. El argumento principal (la higiene) sostiene que las bermudas de baño recorren el camping, pillan polvo y más tarde contaminan el agua clorada. Mientras que el slip, reservado a la natación, permanece casi casto y sin contacto mundano.
¿Qué trampas argumentales encierra todo esto?
Supongo que se acepta esta explicación como se aceptan tantas otras (sin pruebas concluyentes, movidos quizá por la sombra de una autoridad que creemos benevolente) y sólo más tarde recordamos que el cloro es un desinfectante que no distingue de telas.
Sin embargo, aceptamos la regla porque la pronuncia una autoridad, la socorrista. ¿La aceptaríamos igual si quien nos lo advirtiera fuese un turista despistado?
Tal vez sea cierto que, repitiendo la norma hasta la saciedad, acabamos interiorizándola hasta el punto de no sentirla ajena.
Reducimos la cuestión a una dicotomía fácil (slips limpios, bermudas sucias) sin atender a la posibilidad de que ambos tejidos entren lavados.
Proclamamos que “en Francia es obligatorio” cuando, en realidad, tan sólo operan normativas locales que cada piscina decide aplicar; no hay ninguna ley nacional que lo mencione. El titular inexacto, sin embargo, se perpetúa.
¿Y qué tiene que ver esto con OCEAN, si estamos en una piscina?
Breve recordatorio: OCEAN hace referencia al modelo de los cinco grandes rasgos de la personalidad, en su acrónimo en inglés de Openness, Conscientiousness, Extraversion, Agreeableness & Neuroticism.1
Nuestra socorrista anónima encarnaba la versión silenciosa de la letra C de OCEAN: la constancia de recordar, una y otra vez, la regla impopular. Una conciencia muy marcada, un músculo interno que combinaba orden y autodisciplina.
En cada cruce de aquellas miradas se libraba una pequeña batalla. El viajero debía escoger entre su comodidad y la higiene común; la socorrista, entre la paz social y la fidelidad a su cargo. Que ella optara por lo segundo ilustra una responsabilidad más costosa, porque implica resistir la presión del grupo. Piénsalo: sus susurros aislados podrían parecer frágiles, pero ella se obliga a batallar siempre.
Esa C, ese tesón, se relaciona con el nivel de disciplina, organización y dirección de metas a largo plazo que nos marcamos.
Si tanto el turista como la socorrista hubieran tenido la C baja, entonces las tentaciones hubieran sido:
Turista: “¿Quién va a darse cuenta si me zambullo rápido con estos shorts?”
Socorrista: “¿Para qué discutir? Que se bañen como quieran y me ahorro el mal rato.”
España contra Francia
Entonces, en una piscina en donde la gran mayoría de usuarios eran españoles, ¿no hubiera sido más fácil mirar a otro lado y permitir la bermuda? Me dices en español mientras clavas tu pupila con escaso sentido del deber en la mía.
Pues sí, estudios transculturales muestran que España puntúa moderadamente más bajo que los países nórdicos en Conscientiousness, mientras Francia se queda en la media europea2
Moraleja: la C no es sólo cosa de piscinas. Quien puntúa alto en este rasgo tiende a planificar, cumplir plazos, respetar normas sanitarias… y pasar menos apuros con Hacienda. El cerebro premia esa conducta responsable con descargas de dopamina diferida: satisfacción pospuesta, chispazo no inmediato.
Tal vez por eso cuesta tanto vender la disciplina (no luce en redes, no genera likes inmediatos), pero sí sostiene proyectos de diez años.
Cómo funciona este texto
Toca destriparlo.
El relato se sostiene en la figura de la socorrista. Su presencia basta para que aceptemos la norma sin pestañear. Es la vieja confianza que depositamos en quien lleva ‟el silbato y la silla alta” (aunque en este caso no existía uniforme ni nada que lo avalara). ¿Por qué le creemos? Porque huele a autoridad, igual que el cloro: inevitable, penetrante, familiar. Esto es la heurística de autoridad.
Entre chapoteos asoma un sesgo cultural: la comparación entre españoles y franceses, apoyándome en estudios agregados. Podría reforzar clichés si no se matiza que son promedios poblacionales.
Fuera de la piscina, la grada. Cada bañista español que observa y espera que el vecino se atreva primero, que alguien le plante cara a la socorrista para poder imitar el movimiento. Ese suspense colectivo es el efecto espectador.
Y, rodeándolo todo, el sesgo de confirmación. “Es por higiene”, decimos, y tragamos. Ni pruebas, ni reactivos, ni una mísera tabla de bacterias. Sólo la dulce comodidad de pensar que el mundo obedece a reglas lógicas y limpias.
P.D. Si has llegado hasta aquí con el slip bien puesto (o con el pudor todavía rebelde) tal vez intuyas lo que de verdad aprendimos en la piscina: que nuestras rutinas y nuestras narrativas pueden estrecharse o ensancharse según la regla que elijamos seguir. Justo de eso va Experimentando: de preguntarnos quién dicta el reglamento de nuestras vidas y de qué tela queremos coserlo.
Empecé este proyecto como una newsletter de pago. Tras varios meses publicando sobre el concepto de identidad, de cómo vamos construyendo nuestras propias narrativas, concluí que no podía cobrar dinero a la misma persona a quien acribillaba a preguntas sin mapa.
Pero la vida, ya lo sabes, también necesita facturas pagadas. Así que yo sigo abriendo cestas donde seguir metiendo huevos: este modelo que justo ahora te voy a explicar se llama afiliación. Es decir, si entras a través de mi enlace a este otro proyecto, a mí me pagarán una comisión.
¿Por qué tú deberías seguir leyendo esta recomendación? Porque probablemente tú también seas escritor, y te debes un respeto.
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El modelo Big Five es un test psicológico que está formulado a partir de estudios léxicos en los años 70‑80. Este test te puede servir para hacerte una idea. Ojo, cualquier test online es orientativo, nunca es un diagnóstico clínico.
McCrae, R. R., & John, O. P. (1992). An introduction to the five-factor model and its applications. Journal of personality, 60(2), 175–215.
Schmitt, D. P., Allik, J., McCrae, R. R., & Benet-Martínez, V. (2007). The geographic distribution of Big Five personality traits: Patterns and profiles of human self-description across 56 nations. Journal of Cross-Cultural Psychology, 38(2), 173-212
Buenísimo. Supongo que conoces este experimento de conformidad social: https://youtu.be/GaU8ngstOS8?si=jEK7qO7OOQJ1aCm1
Creo que yo no me hubiera comprado el turbo. Antes muerto que sencillo.
Beatriz, este artículo tuyo fue el segundo más leído, junto con el de Víctor, del diario:
https://columnas.substack.com/p/como-automatizar-la-importacion-de