Hoy me toca llevarle la contraria a mi amigo
, quien tiene toda mi admiración por su trabajo. Si no lo conoces, ya estás tardando en descubrir a este prolífico divulgador científico que, además de publicar en los mejores rincones, tiene un Substack y también se pasea por YouTube con mucho tino.Va, suscríbete a su newsletter y a su canal.
¿Ya volviste? Bien, sigamos.
Hace unos días, YouTube me sugirió un vídeo suyo titulado “Glotofobia” que yo todavía no había visto, con un subtítulo que no podía pasar por alto: la discriminación por acento es como la discriminación por tirarse un pedo.
La glotofobia no es tener miedo a los glotones
En realidad, la glotofobia es un tipo de discriminación que ocurre cuando alguien es juzgado o tratado de manera negativa por la forma en la que habla, especialmente por su acento.
Puede afectar a cualquier persona cuyo acento se percibe como diferente o "incorrecto", ya sea porque habla con un acento regional, extranjero o simplemente no encaja en lo que algunos consideran el "español estándar". En España, por ejemplo, el acento andaluz, el canario o el acento de hablantes de otras lenguas cooficiales, como el gallego o el catalán, han sido objeto de burlas o prejuicios.
No es algo exclusivo de este país, esto sucede en muchas partes de latinoamérica o en otros países como Francia (en donde incluso hay una ley antidiscriminación al respecto1).
Volviendo al vídeo de Sergio, él sostiene que este tipo de discriminación es similar a otras formas, como las basadas en la apariencia (excluir a alguien por no vestir adecuadamente, por ir mal peinado etc).
Al oírlo, no pude evitar arquear una ceja.
Es cierto que a nadie le gusta pasar un mal rato o sufrir microagresiones, y que a menudo nos adaptamos para encajar en un grupo y evitar juicios negativos. Pero, la comparación entre el acento y algo tan modificable como la vestimenta o la dentadura me resultó, cuanto menos, un tanto simplista (aunque él lo sabe y lo pone de manifiesto en el vídeo).
Mientras que arreglarse los dientes o elegir la vestimenta son decisiones personales, el acento está ligado a la comunidad a la que pertenecemos. Discriminar a alguien por su acento es, en esencia, discriminar a toda una comunidad por su forma de hablar.
Así que decidí contestarle por aquí —¡hola Sergio!— y ampliar un poco la conversación, para darle algo más de contexto y pretexto.
Qué graciosa es esta andaluza
¿Te ha pasado alguna vez eso de decirle a alguien: “pensé que eras de otra manera hasta que te conocí”?
En efecto, suele suceder y es normal que pase. Para bien o para mal, encasillamos a la gente porque no tenemos tiempo de conocer a cada persona a fondo. Así que usamos etiquetas y atajos mentales. Es como si lleváramos un filtro en la cabeza para decidir rápido si confiamos o no en alguien.
Normalmente, ese juicio rápido nos funciona, aunque no siempre es el más preciso. En mi caso, por ejemplo, soy andaluza, pero ni tengo la gracia que se espera ni mi acento hace que cuente chistes mejor.
Disclaimer: Las voces que has escuchado en otras cartas eran generadas por inteligencia artificial. Si quieres escuchar mi verdadera voz, prueba con esta entrevista de una radio local a propósito de un libro que escribí sobre Japón. https://bit.ly/3rfdevw
En resumen, reconozco la glotofobia como un problema social. No es hipocresía, es responsabilidad. Y por eso, sirva esta carta/ensayo como mi pequeño granito de arena para combatirla.
La glotofobia no es una moda pasajera
Hacia el final del vídeo, Sergio deja entrever que la glotofobia es una moda.
¿Por qué no lo es?
Yo te contaré mi versión, desde el andaluz, que es el que hablo :)
Dentro historia:
Entre 711y 1492, Al-Ándalus (Andalucía) era un vibrante crisol de culturas donde árabes, bereberes, judíos y cristianos se estuvieron paseando alegremente por sus calles durante estos siete siglos, intercambiando ideas, palabras y recetas culinarias como si todo fuera una alegre fiesta medieval.
En ese maravilloso caos multicultural, el árabe reinaba como la lengua de la élite, mientras que el latín vulgar, una especie de proto-español en ciernes, sobrevivía entre la población local.
Los ecos de ese latín, por cierto, aún resuenan hoy, pero no sin antes haberse empapado de miles de palabras árabes que se colaron en la lengua sin pedir permiso: almohada, albahaca, acequia —o mis queridas aceitunas, a las que en tierras catalanas siempre me las presentan como olivas—. ¿Y ese susurro andaluz en la "s" y la "j”? Cortesía también de los vecinos africanos que parecían decirnos: "relájate, que no hace falta pronunciarlo todo”.
Pero claro, llegó la Reconquista, y con ella, la fiesta terminó. En 1492, mientras Colón hacía las maletas para América, el Reino de Granada caía y con él, la lengua árabe comenzó su largo y penoso declive en España. Los moriscos, pobres diablos, trataron de mantener su lengua, pero pronto entendieron que era mejor fingir que les gustaba el castellano si no querían verse expulsados o incluso muertos. Y así, lo que alguna vez fue una rica mezcla cultural se convirtió en algo marginal, mal visto. Todo lo relacionado con lo "moro" —lengua, cultura, y, por supuesto, acento— empezó a sonar como una nota discordante en la creciente sinfonía de la "españolidad" pura y dura.
Avanzamos al Siglo de Oro, donde la lengua castellana, bajo el benévolo control de la Real Academia Española, comenzó a estandarizarse. Y cuando digo estandarizarse, me refiero a que todo lo que no sonara a Castilla empezó a percibirse como una excentricidad lingüística, un error casi cómico. El pobre acento andaluz, por supuesto, no salió bien parado en este arreglo. En las obras literarias de la época, los personajes que hablaban con este acento eran los pícaros, los pillos y los villanos. ¿Un héroe con acento andaluz? ¡Por favó, qué desfachateh!
Y claro, llegamos a los siglos XVIII y XIX, donde Madrid, capital y centro del universo español, consolidó su hegemonía. El castellano de Madrid era ya no sólo el estándar, sino la única forma correcta de hablar si uno quería ser considerado educado, civilizado, o simplemente no ridículo. Todo lo demás era mirado con desdén.
Ah, pero no sólo era una cuestión lingüística: aquí también entra el racismo y el clasismo. Andalucía era vista como una región "exótica", sí, pero también atrasada, empobrecida y carente de ese refinamiento del norte. El acento, claro está, era sólo otro recordatorio de esa supuesta inferioridad. Y si alguien osaba hablar en andaluz, bueno, que no esperara que lo tomaran en serio en Madrid. Gracioso, sí, serio, jamás.
Con el siglo XX y la llegada del cine, la radio y la televisión, no se necesitó mucho tiempo para que este acento quedara consolidado como sinónimo de lo cómico. A medida que el país se modernizaba, este estigma se reforzaba. En las películas y series, los personajes andaluces rara vez eran los protagonistas serios; más bien eran los secundarios simpáticos o, en el mejor de los casos, los astutos pícaros. Y así, aquella rica herencia cultural quedó reducida a un estereotipo.
No nos engañemos, esta percepción graciosa del acento andaluz está lejos de ser inofensiva. Hoy, la glotofobia se sigue usando como herramienta de poder: la discriminación por el acento se usa a menudo para mantener jerarquías sociales y reforzar la idea de un “español estándar" como superior. Se utiliza para desprestigiar y negar acceso al poder, al trabajo, y a las oportunidades que, irónicamente, se predican como accesibles para todos.
La discriminación por el acento no es sólo una cuestión de prejuicio cotidiano, es una barrera real que condiciona las posibilidades de ascender en entornos profesionales, de ser tomado en serio en debates públicos y, en última instancia, de acceder a roles de influencia. Lo que a menudo empieza como una broma sobre cómo suena alguien, se convierte en un argumento invisible para decidir quién es digno de ser escuchado o quién queda fuera.
Entonces, ¿cómo se llama ese lugar donde se habla el español estándar? Spoiler: no existe.
Por qué no existe el español estandar
¿Quién necesita reconocer la riqueza de la diversidad lingüística cuando podemos soñar con un español uniforme, aséptico y carente de todo lo que hace interesante a una lengua?
¡Cómo se atreven los andaluces, los gallegos, los mexicanos o los argentinos a hablar distinto al estándar! ¡Cómo se atreven a ser únicos!
Nos quieren hacer creer que todas las variedades del español son simplemente "desviaciones" de un supuesto castellano perfecto, como si el idioma no hubiera evolucionado, adaptándose y transformándose según las regiones, los climas y los estados de ánimo de sus hablantes.
Pretender que hay un “español estándar” es negar la evolución misma de la lengua. Cada variedad es una expresión de la cultura e identidad de una comunidad, y todas son igual de válidas desde un punto de vista lingüístico.
En lugar de buscar un español estándar inexistente, es importante reconocer y valorar la diversidad del idioma, promoviendo el respeto hacia todas las formas de hablar.
Y por eso, Sergio, no se trata de “entrenar” el habla hasta homogeneizarla.
Ahora déjame que te lo hilo con el tema principal de esta newsletter, mi gran temazo: la identidad.
Intentar cambiar a un supuesto idioma neutro y uniforme es como empobrecer una receta quitando todas sus especias. El acento no es un accesorio, como la ropa o el peinado; es parte de la identidad cultural y personal de cada hablante. Cambiarlo significa renunciar a una parte esencial de uno mismo.
Llevo once años viviendo en Barcelona y el único esfuerzo que hago es en variar la entonación o el ritmo para que se me escuche alto y claro. El acento, es el mío, el que tengo, porque las poquitas veces que he intentado cambiarlo, no reconozco ni tan siquiera mi voz y me cuesta tanto o más que hablar en inglés.
Porque mi acento no es sólo cómo hablo; es quién soy. Tú también eres tú voz, tan radiofónica, y con esa prosodia que incluso hipnotiza.
Querido Sergio, ahora imagina que tu contexto social, laboral, llámalo equis cambia tanto hasta el punto en que te piden —te obligan— a hablar con acento, por ejemplo, argentino. No sólo sería muy difícil de conseguir, sino que probablemente te verías ridículo.
Tampoco serías el mismo Sergio para mí.
[Ahora va él y se graba en vídeo con un perfecto acento argentino. ¡No os fiéis! ¡Será un clon generado con IA!]
Y hablando de IA, aquí tienes el postcad que he hecho relacionado con esta entrada dos dos personas que ni tú ni yo conocemos ni conoceremos nunca en persona. Está en inglés, y su acento es… perfecto. 😄
P.D. Si conoceh a arguien que hable así como yo compártele ehto ara mihmitico, que le va guhtáh.
El español hablado en Andalucía, grupo de investigación, HUM134, en el catálogo de la Junta de Andalucía.
Jaspal, Rusi. (2020). Coping with stigmatized linguistic identities: Identity and ethnolinguistic vitality among Andalusians. Nottingham Trent University.
Este estudio revela las percepciones que tienen los estudiantes de periodismo andaluces sobre su propio acento en los medios, destacando los estigmas asociados.
Parra, Sergio (27/02/2022). GLOTOFOBIA: la discriminación por acento es como la discriminación por tirarse un pedo. Baker Cafe. Youtube.
Rodriguez, César (1/10/2023). Glotofobia o discriminación a causa del acento con Spanish with Antonio - Español Avanzado. Advanced Spanish Podcast - Español Avanzado. Youtube
Ruch H. Perception of speaker age and speaker origin in a sound change in progress: The case of /s/-aspiration in Andalusian Spanish. Journal of Linguistic Geography. 2018;6(1):40-55. doi:10.1017/jlg.2018.4
Val, Eusebio. (23/10/2018). Lo siento, habla usted con acento. La Vanguardia.
La ley contra la glotofobia en Francia, aprobada en noviembre de 2020, busca sancionar la discriminación por el acento en varios ámbitos, como el trabajo y la vida pública. Esta normativa fue impulsada por el diputado Christophe Euzet, quien destacó que los acentos regionales forman parte del patrimonio cultural y lingüístico de Francia, y que deberían protegerse en lugar de ser motivo de burla o discriminación. La ley establece que la discriminación por acento se considera un delito y está sujeta a sanciones en el Código Penal y el Código Laboral.
Estupendo post. No hay español estándar y el acento de cada uno es su identidad.
Touché (léase con mi mejor acento francés para parecer culto, aunque sin serlo porque no sé francés).